EDITORIAL IRINA
TODO HUELE A SANGRE
J.S.Rabin
El devenir del pueblo hebreo está relacionado con el deicidio que permanentemente comete la especie humana por oscuros intereses.
La religión judía nunca cooptó adeptos a través de las armas y tampoco abjuró de su monoteísmo, tanto en la prédica como en la acción. Y este fue su mayor pecado.
Yo no creo en Dios, porque de haber existido no hubiese permitido que asesinos de lesa humanidad se fueran de este mundo sin condena.
El Juego de las masacres.
En los Olímpicos de Múnich el grupo terrorista denominado “Septiembre Negro” (recordaba la matanza de palestinos por fuerzas jordanas), tomó por asalto el sector de la villa olímpica donde estaba la delegación israelí, secuestrando a once deportistas.
Las negociaciones con los terroristas fracasaron porque el gobierno de Golda Meir se negó sistemáticamente a liberar a los extremistas presos en sus cárceles.
Alemania, como país anfitrión, demostró una falta absoluta de interés de cuidar a la delegación israelí, sabiendo que era el talón de Aquiles, del evento.
Dos años antes, Septiembre Negro había planificado secuestrar la Selección de fútbol de Israel que participaba del Mundial de México.
El servicio de seguridad israelí cambió el lugar de la concentración, porque olfateó que algo gordo se podía estar gestando.
En Alemania al Shin Bet, se le tapó la nariz.
Después de muchas idas y vueltas el Gobierno alemán puso a disposición de los terroristas un avión para que pudieran dejar el país junto con sus rehenes.
Mientras tanto, la policía germana, convocaba a un grupo elite del Ejército para que mataran a los sayones antes de que pudieran abandonar su territorio.
Los francotiradores, ni tomándose un barril de cerveza, podían demostrar tanta impericia como la expuesta por estos fusileros de morondanga.
Los secuestradores tuvieron todo el tiempo del mundo para matar a sus once rehenes.
Unos dirán que eran otras épocas; yo pienso que las vidas se respetan siempre, cuando se trata de sobrevivir.
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